Desviarse de una ruta preestablecida a veces resulta de lo más reconfortante. Si hablamos del Camino de Santiago a su paso por Burgos, dejando atrás la capital y antes de adentrarnos en tierras palentinas, se pueden encontrar pequeños diamantes en bruto. Bastante cerca, por ejemplo, de Tardajos, Rabé de las Calzadas y Hornillos del Camino. Quizá no a pie, pero merece la pena conocer Las Quintanillas. Por su entorno, su intrínseca belleza y el carácter acogedor de sus vecinos.
Las Quintanillas hace piña, se engrandece de manera colectiva porque todo el mundo arrima el hombro a la hora de celebrar cualquier evento festivo. También desprende cultura, pasión por las letras y un hambre voraz de nuevos conocimientos. Lo demuestran, sin lugar a dudas, las participantes del Club de Lectura inaugurado hace un año en la biblioteca de este pequeño municipio que ronda los 380 habitantes.
También pervive en el pueblo una arraigada devoción por sus celebraciones. Destacan las fiestas, a finales de septiembre, en honor a San Facundo y San Primitivo. Todos a una, los vecinos se involucran con pasión para que Las Quintanillas luzca sus mejores galas. No faltan las verbenas, los actos de hermandad con exquisitos manjares de la zona y la tradicional procesión en honor a ambos santos. Los mismos que, por cierto, dan nombre a una majestuosa iglesia situada en el barrio Mayor.
Levantada entre los siglos XIV y XV al calor del gótico que tanta influencia tuvo desde tiempo atrás en tierras castellanas, la también conocida como parroquia de San Andrés llama la atención desde la lejanía gracias a su amplia torre, de corte neoclásico al igual que la portada principal tras someterse a una acertada revisión estética en el siglo XVIII.
Mucho más humilde, aunque no exenta del clásico encanto rural de este tipo de construcciones, la ermita de la Virgen de la O -o de la Virgen de la Expectación– se sitúa a las afueras del municipio a orillas de la carretera N-120. De una sola nave, planta rectangular y coro elevado, fue salvada por los vecinos gracias a una intensa campaña de captación de fondos para arreglar el tejado y las cubiertas. De no ser por aquella intervención, lo más probable es que este pequeño templo ya no existiese a día de hoy.
Con estos alicientes y los que conviven a su alrededor, Las Quintanillas es un punto de paso obligado para cualquier peregrino y, cómo no, para los amantes del turismo rural de calidad. Además, cabe la posibilidad de alojarse en el propio pueblo. Concretamente en La Posada del Pintor, un encantador hotel que destaca por su arquitectura -tanto interior como exterior- y todas las comodidades para una estancia inolvidable. Las reseñas en buscadores, que no son el santo grial pero resultan de gran utilidad, dan buena cuenta del generalizado grado de satisfacción entre los clientes que han pasado por allí.
Fuente original: www.elcorreodeburgos.com