Arsenio Pajares y Adela Ruiz dejaron su casa en 1973. Emigraron empujados por la necesidad de buscar un mejor sustento con la pena de abandonar su hogar y sus tierras. Estaban entre los últimos pobladores de Parayuelo. Lo que nunca imaginaron es que casi treinta años después un terremoto llamado Pilar Martín Gracia iba a encontrar en la misma vivienda que ellos habitaron su verdadero hogar, su lugar en el mundo.
Arsenio y Adela se marcharon a la vez que las otras dos familias que aún residían en Parayuelo, donde en 1940 se contaban 56 habitantes y 14 casas. Los tres matrimonios y sus hijos decidieron irse a la vez, según relata Elías Rubio en su libro Los pueblos del silencio. Tiempo después, hacia los noventa, algunos descendientes del pueblo ya jubilados regresaron para recuperar sus maltrechas y expoliadas viviendas y disfrutarlas en verano y fines de semana. Pero son ya son muy mayores y en algunos casos llevan ya tiempo sin regresar.
Quien ha decidido que nunca se marchará es Pilar Martín. En 1999 subió el Alto de la Montañuela junto a su hermano que la había invitado a una barbacoa en Quintana Martín-Galíndez. «Se me saltaron las lágrimas, me sigo emocionando», recuerda. Un año después ya había comprado lo que quedaba de la casa. La vivienda familiar de su marido José Luis San Juan, en Fuentelisendo, a 20 kilómetros de Aranda de Duero, y donde hasta entonces iban los fines de semana no era lo que querían. Buscaban algo en un lugar más recóndito y Parayuelo, un privilegiado mirador a casi todas las montañas del Valle de Tobalina, era lo que buscaban.
(Más información, en la edición impresa de hoy viernes de Diario de Burgos)
Fuente original: www.diariodeburgos.es