Alba Frutos, 32 años, Roa de Duero: «Trabajé en el sector de la banca, pero decidí volver y dedicarme a la viticultura»
El de Alba Frutos ha sido un cambio radical. Tras unos años en el sector de la banca, decidió regresar a Roa de Duero y dedicarse a la viticultura. «Fui bancaria antes que otra cosa», dice, pero el estrés laboral le hizo dar un giro a la carrera que comenzó con sus estudios de Administración de Empresas en Salamanca. Sus padres se habían dedicado al viñedo y, allá por 2018, ella apostó por seguir este mismo camino. Cuenta que compró varias tierras y que plantó viñas en 2020 y 2021. Ahora es bodeguera y enóloga en su empresa familiar, Bodegas y Viñedos Frutos Aragón. Reconoce que no había pensado en trabajar en el campo, pero ahora se muestra encantada con la calidad de vida que tiene en la Ribera del Duero, en comparación con las ciudades, «donde te dedicas a trabajar y nada más».
Por suerte, como la propia Alba admite, «sabía qué pasos tenía que dar», ya que todo el conocimiento en torno al viñedo le ha venido de casa, de sus padres, quienes comenzaron con el proyecto en 2005 y le han ayudado en todo lo que ha necesitado. «Si no hubiese sido por ellos, puede que ni emprender ni volver al medio rural. Es complicado empezar de cero», subraya. Sin embargo, ella se ha encontrado con gran «un sustento y seguridad» que le han permitido afrontar esta andadura profesional, en la que cuenta con cerca de 15 hectáreas.
Ana de Andrés, 37 años. Milagros: «He heredado las recetas e intento mantener la esencia en todos los dulces».
Ana de Andrés, 37 años, Milagros: «He heredado las recetas e intento mantener la esencia en todos los dulces»
Ya han pasado siete años desde que Ana de Andrés tomó las riendas de Productos Perines, el obrador que puso en marcha el abuelo de su padre allá por 1902 en la localidad ribereña de Milagros. Ella, la cuarta generación, trabajó un tiempo en una oficina. Fueron casi 11 años con contratos temporales. Hasta que decidió imprimir «un gran cambio» a su trayectoria profesional y volver a lo que había vivido siempre en casa, ya que sus padres gestionaban este negocio y, además, residían en la parte de arriba. Además, a ella le «encanta» cocinar y «también comer». Vamos, que todo confluyó.
La gran ventaja para Ana es que se organiza como quiere, lo que le permite estar el tiempo que necesita con su hija de cinco años, que estudia en el colegio de Milagros. En el obrador continúa elaborando los dulces que hacían sus padres: hojaldres, pastas de almendra, rosquillas, mantecados, tortas de chicharrón… y alguna empanada por encargo. «Las recetas son heredadas, improviso alguna cosa, pero quiero que sea lo más parecido e intento mantener la esencia», subraya satisfecha porque siempre hay quienes cuando lo comen le dicen que les recuerdan a «lo de toda la vida». Y para ella no hay mayor satisfacción.
Emilio García, 36 años. Castrillo de la Vega: «Merece la pena apostar por los pueblos de la zona, hay más calidad de vida».
Así que De Andrés considera que «el cambio ha sido para mejor» y defiende que «merece la pena emprender o al menos intentarlo».
Emilio García, 36 años, Castrillo de la Vega: «Merece la pena apostar por los pueblos de la zona, hay más calidad de vida»
Emilio García ha mamado el oficio de panadero desde bien pequeño. Hace ya seis años que decidió ponerse por su cuenta y montar su propio obrador en Castrillo de la Vega, donde trabaja con su mujer. En un momento en el que apenas quedan panaderos en multitud de municipios de la Ribera del Duero, él defiende que «merece la pena apostar por los pueblos de la zona porque hay más y mejor calidad de vida que en las ciudades y aquí se vive más tranquilo». Pues bien, además del despacho que tienen en Castrillo de la Vega, la localidad que le vio nacer, también reparte en varios comercios de Aranda y en Fuentespina, Hontangas, Adrada y Fuentemolinos.
Entre unas cosas y otras, se levanta sobre las cuatro de la madrugada. Prepara el pan y a eso de las nueve y media pone rumbo a Aranda para efectuar el primer reparto. Después regresa a casa y lleva a cabo la segunda hornada, que luego vende por los pueblos. Entre sus elaboraciones hay «de todo un poco», desde tortas a pan de aceite, pan candeal y alguna barra integral, como le piden los más jóvenes. También lleva magdalenas, tortas de chicharrón y lenguas de gato. García tiene claro que de Castrillo no se mueve, que ahí están sus raíces, y que es importante dar servicios en los pueblos. Sólo pone un pero: la cantidad de trámites que han de hacer. «Te estrujan por todos los lados», zanja.
Fuente original: www.diariodeburgos.es