La familia del escultor vasco, indemnizada por la pérdida de ese edificio con la presa de Castrovido, lo considera un «duro golpe»
Luis Chillida es hijo del escultor vasco.
La primera vez que Eduardo Chillida se enfrentó a un edificio fue con el molino de Castrillo de la Reina. La obra que realizó en la localidad burgalesa fue anterior incluso al inmueble que hoy ocupa el Museo Chillida-Leku: «Para mí era una obra más, porque tiene tanta intención como puede tener nuestro museo. Además son las dos únicas veces que se ha enfrentado a restaurar un edificio», explicaba ayer Luis Chillida minutos antes de su participación en el I Simposio Escultura de Cantería ‘Piedras de Burgos’.
La desaparición del molino por las obras de la presa de Castrovido ha dejado en la familia una pequeña espinita que no ha conseguido mitigar la importante indemnización: «Hace dos años que no paso por allí. Prefiero no ir. Para mí la indemnización no es lo más importante, porque lo que me interesaba era el molino. Espero que haya sido para el bien de la gente de Burgos; a mí personalmente me resultó muy duro».
En aquel edificio comprado en los años 70 Eduardo Chillida trabajó con la piedra de Palacios. De esa y de otras piedras habló ayer su hijo en la charla que ofreció en la sede de la Federación de Asociaciones Empresariales FAE: «Mi padre no solo quería dominar la piedra, sino también saber qué era lo que escondía dentro el material y lo que podía hacer con él».
Las primeras obras del escultor vasco las trabajó en yeso en bloque y después dejaría la piedra durante unos años para modelar el hierro, dando un cambio a su escultura donde lo importante, a partir de ese momento, no era tanto el material como los espacios que provocaba.
Y en los años 60 -tal y como recordaba ayer su hijo- volvió con el alabastro y con una visión totalmente diferente: «Ya no es la piedra para dar forma a la piedra, sino la piedra para tratar de buscar los espacios interiores, esos vacíos que existían entre los bloques». De esa época, Luis Chillida se queda con el Homenaje a Kandisky en alabastro, «la obra con la que retoma el trabajo en piedra pero ya con otro sentido, el del espacio, el vacío, la lucha contra Newton y la ley de la gravedad…».
Aunque uno de los aspectos más importantes de su escultura es el sentido universal que otorgó a sus piezas públicas. «Me niego a multiplicar mis obras -diría el escultor repudiando las piezas seriadas-, pero me encantaría multiplicar a los propietarios de las mismas». No en vano tiene 43 expuestas en ciudades como San Sebastián, Gijón, Madrid, Palma de Mallorca, Guernica, Berlín, París o Washington, entre otras.
fuente: diariodeburgos